«Pero no es suficiente»

Mariano Rajoy encontró una fórmula ingeniosa para hablar de los brotes verdes sin mencionarlos. Es más, los denigró en el hemiciclo: «Nada de 'brotes verdes', ni 'nubes pasajeras', ni 'anticipos primaverales'. La realidad económica y social de nuestro país es terriblemente dura». Con esto, el presidente se blindó e intentó inmunizar a los miembros de su partido para que no se prodigaran en bobadas que cabrean a la gente.

El recurso retórico del «pero no es suficiente» le permitió sacar pecho con la mejora de la balanza de pagos por cuenta corriente, con la reforma del sector financiero o con el déficit público, del que anunció que estará por debajo del 7% del PIB tras un ajuste de más de 21.000 millones. Esta cifra provocará consideraciones polémicas cuando se divulguen los detalles. Pero, en términos generales, el presidente del Gobierno demostró que conoce perfectamente la situación económica y los datos que la describen.

En este Debate Rajoy cambió de cifra-fetiche, tal como lo hizo la semana pasada Cristóbal Montoro: ésta ya no es el déficit fiscal, sino la balanza por cuenta corriente, cuya tendencia al reequilibrio el presidente la calificó como «el gran cambio económico de los últimos meses» y «el indicador más representativo de nuestra economía».

La balanza de pagos por cuenta corriente es el resumen de todas las compraventas de bienes y servicios de un país con el exterior más las transferencias corrientes. Si es negativa, significa que el país necesita pedir dinero fuera para funcionar, pero si es positiva supone que España se basta por sí misma y puede prestar a los demás.

El desequilibrio de la balanza en años recientes fue espectacular. España fue el segundo país del mundo con el mayor déficit por cuenta corriente, sólo por detrás de EEUU. Pero como es un dato difícil de explicar -a diferencia de la inflación o de los tipos de interés-, nadie pone en su portada este déficit.

Lo que no hizo Rajoy fue desglosar la balanza, porque entonces habría tenido que admitir que ésta se va equilibrando gracias a las proezas de ahorro de familias y empresas, pero no a la moderación del gasto público. Hoy, el principal contribuyente a ese desequilibrio es el Estado.

Y esto nos lleva a valorar que si bien Rajoy estuvo acertado en el diagnóstico, ha perdido casi todo el ímpetu reformista que reflejaba su programa y que ya era moderado. El presidente ha descrito dos grandes reformas para los meses que quedan: la energética y la de las Administraciones Públicas, que hay que hermanar con la reforma de la Administración Local.

El plan de estímulo a los emprendedores, donde se vuelve a prometer que autónomos y pymes no pagarán el IVA de las facturas no cobradas, no es más que un conjunto aseado de medidas con buenas intenciones, pero no se puede calificar de auténtica reforma.

Si el presidente verdaderamente quiere «darle la vuelta a esta situación», tendría que haber exhibido ayer una voluntad férrea de reformar las pensiones para garantizar su sostenibilidad y dejar de hacerse trampas al solitario. O haber anunciado un plan detallado de privatizaciones de empresas públicas. O la apertura a la competencia de vastos sectores económicos, empezando por los servicios profesionales, donde se alojan gran cantidad de intereses creados. O haber anunciado una reforma auténtica de la Sanidad, cuya provisión pública no tiene por qué ser la única salida, cómo han demostrado los países nórdicos.

Y este catálogo a vuelapluma se limita al campo económico, porque en términos de calidad democrática -que también tiene costes económicos- habría una larga lista de otras reformas pendientes. Desgraciadamente, la pérdida de impulso en este ámbito sigue trasladando a los españoles la idea de que el Gobierno sólo hace recortes y no reformas.

john.muller@elmundo.es